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Los Espías Entre Nosotros

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Los Espías Entre Nosotros

La vida es demasiado corta para dejarla escapar. Más allá de la preciosa orilla cubana, con sus manglares y arenas finas protegidas por arrecifes de coral que retienen esa valiosa arena, existe un mundo. Esa intrínseca cultura de dejar ir, la apatía hacia una causa, no es ajena en una isla, grande y alargada, pero una isla al fin.

No voy a mentir cuando digo: ojos vemos, corazones no sabemos. En esta masa de emigrantes provenientes de un semillero comunista y izquierdista, se puede esperar camadas de espías. Estos hijos desarraigados juran lealtad a la bandera de quienes les dan de comer, pero conspiran como ratas en una bodega surtida.

La historia reciente nos lo ha demostrado. Los espías han llegado en oleadas migratorias, desde los más nobles en la guerra hispanoamericana, hasta los incipientes intelectuales que vivieron, comieron, bebieron y se divirtieron en las entrañas del monstruo. Las posteriores oleadas migratorias también trajeron nuevos espías: comunistas que se empleaban en tiendas neoyorquinas o se desplazaban contando la inmensidad de un imperio solo para despreciarlo después.

Tras el naufragio como república, en tiempos de la dictadura más larga del hemisferio, esa mala raza de europeos imperiales ha cosechado un semillero de espías. Un producto que iguala su valor de supervivencia con el lucrativo negocio de la eterna Guerra Fría entre dos polos invariables: el mundo occidental y sus oponentes.

Los espías en tiempos de la revolución han entrado de manera pasiva y activa. La noble naturaleza de los sistemas de inmigración norteamericanos ha permitido la entrada de muchos de ellos, incluso en tiempos de redes sociales, donde muchos ya no cumplen su trabajo. En condiciones de estampida migratoria, entender que chequear 400 mil y continuar contando es casi imposible. Por lo tanto, no dude que puede estar muy cerca del próximo espía.

¿Qué los motiva? La gran mayoría de los espías provenientes de Cuba se dividen en dos bandos: los intelectuales, más propensos a convertirse en doble agentes, y por otro lado los ejecutores, menos letrados pero más inconversos, son perros sabuesos, obedientes y con un marcado fanatismo. También están los tontos útiles, aquellos que son captados para navegar contra corriente en tiempos de redes sociales; estos últimos ni son intelectuales ni mucho menos espías. Son las sombras del inadaptado presto para hacer grupo e intentar mover opiniones, objetivos que nunca se alcanzan.

Sus motivaciones varían. El intelectual busca reconocimiento y colocarse con esa especie de suerte en referente histórico, aunque en muy pocas ocasiones alcanzan celebridad. Los ejecutores son preparados desde muy jóvenes, formados en esos idílicos centros de estudio donde la promiscuidad y el nacionalismo te hacen torcidamente un hombre irreparable, desarrollando una personalidad torcida. Son en su mayoría personas muy productivas y escasamente racionales en análisis a mayor escala.

Los tontos útiles son inadaptados en cualquier sociedad, abrazan la ambigüedad y buscan lógica en el sentimentalismo y las memorias infantiles.

¿Qué los desmotiva? Gracias a Dios, los Estados Unidos sigue siendo un país de oportunidades. La gran mayoría de los espías pasivos y activos se han convertido, transformando su mente una vez que constatan el poder de la libertad individual. La inteligencia norteamericana no es tan ingenua, desde luego, y es capaz de captar a los espías, vigilar a los sospechosos y persuadir a los intelectuales.

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