La Desconfianza en La inversión En Cuba. Cuba enfrenta una realidad económica marcada por la desconfianza hacia la inversión, resultado de décadas de políticas desconectadas de las dinámicas globales. Quienes dirigen la isla parecen vivir en una dimensión paralela, atrapados en un estanque estancado de ideas de laboratorio económico que no logran viabilidad en el mundo real.
La producción en Cuba lleva años prácticamente extinta. Desde que el ciudadano común entendió el verdadero valor de los bienes producidos en economías abiertas, el sistema cubano se ha anclado en una moneda estatal que opera únicamente dentro de un círculo vicioso de subsidios y pagos atrasados. Esta moneda, creada en un entorno económico de precios arbitrariamente fijados por burócratas insensibles, ha contribuido a la desconfianza generalizada. Estas decisiones, más propias de regentes medievales que de administradores modernos, alimentan la desconexión entre la economía nacional y la realidad global.
Un ejemplo claro de esta disfunción es la economía cerrada de las empresas controladas por los militares, como Gaviota. Estas compañías, encargadas de ciertos servicios turísticos, prefieren importar alimentos para su industria en lugar de confiar en la producción local. Este comportamiento no solo refleja la ineficacia de los sistemas de producción cubanos, sino también la falta de confianza de los mismos dirigentes en la economía que administran.
Para el cubano promedio, emigrar y comenzar un emprendimiento en otro país resulta mucho más rentable. En otras partes del mundo, la prosperidad es recompensada, no estigmatizada. Mientras tanto, en Cuba, la supervivencia económica parece reservada a los hijos, nietos y allegados de figuras históricas del régimen. Incluso estos privilegiados deberían considerar el riesgo de depender de una economía tan inestable, caracterizada por la producción de leyes que frenan la inversión en lugar de incentivarla.
El balance de los últimos 66 años es demoledor. Durante casi siete décadas, el Producto Interno Bruto (PIB) de los cubanos emigrados ha superado de manera abrumadora al de los que permanecieron en la isla. Esto refleja el fracaso de un modelo que desmanteló una nación que alguna vez tuvo un futuro prometedor de riqueza y prosperidad.
Hoy, la economía cubana enfrenta un nuevo reto: una fuerza laboral cada vez más reducida y una población envejecida dependiente de la asistencia social. ¿Es este el futuro que imaginaron aquellos entusiastas revolucionarios de antaño?
El panorama actual no solo invita a reflexionar, sino que exige un replanteamiento profundo. La confianza, esencial para cualquier inversión, no se construye con decretos, sino con acciones que fomenten la producción, el emprendimiento y la libertad económica. Mientras esas condiciones sigan ausentes, Cuba continuará atrapada en un ciclo de estancamiento y desconfianza.