El Partido Comunista no da señales de vida (Original la joven Cuba Blog)

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Harold Cardenas Lema Fundador de La Joven Cuba, Master en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia, Pasante en Council on Foreign Relations de Nueva York. Cubano

El Partido Comunista no da señales de vida (Original la joven Cuba Blog) Reproducción

Si juzgamos por los reportes de la prensa sobre el X Pleno del Comité Central, el Partido Comunista de Cuba (PCC) parece vivir más en otro país que en la Cuba del 2025. Mientras el malestar ciudadano se multiplica y las condiciones materiales se deterioran, las máximas autoridades políticas del país se reúnen sin transmitir sus debates en vivo, en un concierto de opiniones unánimes y sin exhibir un suficiente sentido de urgencia. En lugar de ser una instancia de deliberación, el Pleno parece más una reafirmación simbólica que una herramienta para consensuar políticas públicas en un entorno cada vez más adverso.

El X Pleno del Comité Central del PCC, celebrado los días 4 y 5 de julio, era una oportunidad para que su dirigencia asumiera con franqueza la magnitud de la crisis. No lo hizo. A pesar del colapso económico, el malestar social generalizado y la pérdida de confianza en el discurso oficialista, el Partido —si bien reconoció de manera superficial alguno de estos problemas— continúa mirando complacientemente hacia adentro, encerrado en sus propias fórmulas, sin suficiente autocrítica ni voluntad de cambio estructural.

Sin embargo, aún está a tiempo. En lugar de persistir en su encierro, el Partido podría elegir otro camino: hacer política real. Recuperar la vocación de representar, dialogar, convencer. Pero en este momento crítico, lo imposible de ignorar es que ha elegido no hacerlo. Para colmo, sigue insistiendo en un discurso que divide a los cubanos en patriotas y enemigos, sin mostrar capacidad o interés en gobernar para todos los cubanos. Esa es la imagen que sus críticos históricamente le han querido dar y que hoy el Partido refuerza por voluntad propia.

Durante décadas, el Partido sostuvo su autoridad en un equilibrio peculiar: no era realmente democrático, pero tampoco ilegítimo. Parte de su legitimidad provenía de logros tangibles en salud, educación y equidad, pero también de su oposición frontal a un enemigo externo con poco crédito moral en la región: Estados Unidos.

El Partido sostuvo su autoridad en un equilibrio peculiar: no era realmente democrático, pero tampoco ilegítimo.

Con el tiempo ese relato fue cambiando. El Período Especial marcó una fractura profunda; aun así, varias de estas garantías se mantuvieron. Pero tras la salida de Fidel Castro, primero por enfermedad y luego por muerte, el Partido quedó sin su figura central. Desde entonces, la distancia entre el discurso oficial y la vida cotidiana se ha vuelto inocultable.

Hoy, cada vez menos cubanos creen en la épica revolucionaria. El Partido ya no encarna una promesa de futuro. De hecho, todo lo contrario; para muchos es hoy un obstáculo para alcanzarlo. Y ese descrédito no es solo producto del bloqueo y el contexto internacional: es la consecuencia directa de una cadena de decisiones torpes, de la incapacidad para escuchar y de la negación sistemática de las señales de desgaste.

La transformación política más radical en Cuba no ha ocurrido en las estructuras del Estado, sino en el pensamiento de su gente. El agotamiento, la frustración y la emigración masiva son síntomas de una ruptura ya consumada.

El Partido perdió el monopolio de la esperanza. Su narrativa ya no define el presente, y mucho menos el futuro. Y lo más grave es que no parece tener conciencia de ello. Heredero de una cultura política que castiga la crítica interna, ha caído en una dinámica de autoengaño institucional, donde los problemas se camuflan con eufemismos y la solución siempre está «en vías de».

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La situación es tan grave que, en ciertas zonas del país, el Estado se ha replegado a tal punto que iglesias y comunidades religiosas, antes marginales o vigiladas, llenan el vacío con escucha, asistencia y sentido. Estas instituciones en muchos casos incluso mantienen agendas conservadoras contrarias a la idea de progreso y derechos sociales que usualmente han habitado en el ideario revolucionario cubano. Allí donde el Partido ya no llega, otros actores ocupan su lugar, ofreciendo lo que el sistema político ya no sabe brindar: un paradigma de vida y recursos para alcanzarlo.

Que el Partido haya perdido legitimidad no implica que la oposición esté lista, unida, o merezca reemplazarlo. La mayoría de los actores disidentes siguen sin una estrategia clara. Y muchas veces dan la impresión de preferir el colapso antes que construir alternativas viables.

La represión gubernamental no es necesariamente la mayor razón para la debilidad opositora. Existe inercia en las fuerzas contrarias al PCC. Dentro de Cuba, la oposición necesita desesperación ciudadana para hacer crecer sus filas. Fuera, el exilio más visible sigue dominado por una clase política con credenciales democráticas dudosas y una larga historia de alineamiento con agendas autoritarias y sin respeto a la soberanía nacional.

La represión gubernamental no es necesariamente la mayor razón para la debilidad opositora. Existe inercia en las fuerzas contrarias al PCC.

Más que un proyecto democrático, buena parte de la oposición ofrece nostalgia y revancha. Y así, el vacío político crece.

En su momento, Fidel Castro representó un liderazgo carismático y fundacional. Sin embargo, casi una década después, su ausencia deja un modelo dependiente del líder, sin liderazgo que lo sustente.

La nueva generación de dirigentes no moviliza ni entusiasma, y delegan en la represión lo que no pueden lograr con política. Raúl Castro, aunque menos carismático, al menos intentó reformas, pero su legado fue atrapado por la inercia del sistema, la reticencia de algunos de sus coetáneos y sucesos internacionales fuera de su control.

Uno de los rostros que más se asocia al estancamiento es José Ramón Machado Ventura, quien durante años dirigió el Departamento de Organización, y con ello la política de cuadros del Partido. Para muchos, su influencia dejó una organización sin renovación real, sin conexión con la sociedad, sin capacidad de articulación. No obstante, un juicio justo sobre su persona resulta difícil; quizás nunca sabremos cuántas decisiones fueron por voluntad propia y cuántas veces fue el brazo ejecutor de otros.

Por mucho cinismo con que se pueda ver la organización, es necesario mencionar que también hay un componente de mucho sacrificio entre muchos de sus militantes. Prefiero no especular sobre los altos dirigentes; sin embargo a nivel intermedio y de base, trabajar en la estructura partidista es una vocación ingrata y que sólo se sostiene por la convicción de quienes lo hacen. No obstante, de nada vale todo ese sacrificio si quienes conducen la organización no la hacen medianamente competitiva ante otras opciones políticas.

De nada vale todo ese sacrificio si quienes conducen la organización no la hacen medianamente competitiva ante otras opciones políticas.

El resultado de este Pleno es la impresión de un Partido agotado y sin voluntad de tomar las decisiones necesarias y urgentes que podrían salvarlo ante los ojos de su propio pueblo.

En un país donde el talento emigra masivamente, el PCC se da el lujo de tener a René González —quien lideró la última campaña simbólica exitosa en Cuba que llenó espontáneamente el país de cintas amarillas— dirigiendo un club de aviación, a Cristina Escobar — portavoz ideal para la Presidencia— fuera de los medios, a una revista como Alma Mater —que logró captar la atención de los jóvenes como ningún medio estatal— prácticamente sin un equipo editorial luego de la salida forzosa de Armando Franco, y a un Ministerio de Economía, que desde la salida de José Luis Rodríguez no ha sido dirigido por ningún experto, desoyendo las constantes propuestas que hacen los economistas.

El tiempo avanza más rápido que las estructuras o el pensamiento de los decisores. La tecnología amenaza también con dejar atrás al Partido. Ya las VPN forman parte de la vida digital en la Isla, pero las redes satelitales como Starlink harán cada vez más inútiles los actuales mecanismos de censura. Por otro lado, la inteligencia artificial generativa podrá crear noticias falsas, protestas simuladas y discursos apócrifos que generen reacciones reales en la población.

El tiempo avanza más rápido que las estructuras o el pensamiento de los decisores.

Y en un futuro cercano, la Inteligencia Artificial General permitirá segmentar estados de ánimo, intervenir el discurso público y orquestar campañas desde fuera con precisión quirúrgica. Para un Partido sin una estrategia de comunicación decente ni capacidad de adaptación, eso no es un riesgo: es una sentencia.

Con el X Pleno recién concluido, ha quedado claro que no habrá un viraje profundo. Pero aún existe un margen (estrecho, pero real) para que el Partido reconecte con la sociedad. La cuestión va más allá de reformas económicas; se trata de volver a hacer política. De representar, escuchar, competir.

El Pleno evidencia el agotamiento del modelo actual. Hoy la mayoría de los partidos políticos en el mundo exhiben sus diferencias internas como prueba de vida democrática. Mientras, el Partido Comunista de Cuba —anclado en un falso concepto de fortaleza— prefiere ocultar el debate y seguir representando la unanimidad como unidad. En las mismas imágenes mostradas en los medios estatales se resaltaron las usuales manos levantadas uniformemente en lugar de un debate sobre los problemas reales del país. El contraste de esa cámara de eco con una sociedad civil cada vez más diversa e indignada dice mucho. El resultado es un espectáculo pobre y (mal) ensayado, en vez de una deliberación real.

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El Partido Comunista no da señales de vida 2

Según la prensa, se habló de «perfeccionamiento» de la política de cuadros. Pero la realidad exige transformación, no ajustes marginales. El informe de rendición de cuentas, descrito como «crítico y apegado a la realidad», fue más bien una colección de eufemismos. En lugar de reconocer errores, se habló de ritmos «no deseados» o de «falta de integralidad».

El discurso de cierre del presidente fue adecuado para los estándares del Partido, y si hubiera tenido lugar hace una década, hubiera podido decirse que fue incluso atrevido. Pero a la altura del 2025 se queda corto y muy lejos de lo necesario. Y este es otro problema central: que Raúl Castro en su momento, y Díaz-Canel ahora, sigan siendo quienes muestran mayor capacidad crítica dentro de la dirigencia partidista, dice mucho de la dinámica conservadora imperante. Que ningún otro funcionario se atreva a señalar con mayor agudeza los problemas del país, revela una estructura más preocupada por la obediencia que por la lucidez.

Que ningún otro funcionario se atreva a señalar con mayor agudeza los problemas del país, revela una estructura más preocupada por la obediencia que por la lucidez.

En su discurso, el presidente pareció reconocer la gravedad del momento, pero, en Cuba, el poder no reside solo en los cargos. Con estructuras como GAESA operando en paralelo y dinámicas de grupos de poder que son invisibles, su margen de acción es, cuando menos, incierto.

Mientras tanto, la vida cotidiana se hace insostenible. Los apagones han logrado irritar incluso a los militantes. Y el gobierno ha fallado, no solo en su incapacidad de ofrecer soluciones, sino en explicar claramente y con argumentos sólidos que no suenen a justificaciones el rol de las sanciones estadounidenses en esta crisis.

La falta de empatía y autocrítica sumada al no reconocimiento de la gravedad de la situación son también elementos de contrarrevolución, porque niegan el pacto fundacional del proyecto revolucionario: estar con el pueblo. Y lo más trágico es que, aunque quisiera cambiar, el Partido parece no saber cómo. No sabe qué hacer distinto ni por dónde empezar.

Postdata

Ya es tarde para que el Partido construya la sociedad que soñó. El contexto cambió y el pueblo está demasiado decepcionado. Las ideas de derecha ganan terreno en corazones y mentes, no por su virtud, sino por el vacío dejado por un Partido que se autoerige como la vanguardia de la izquierda y perdió el impulso por cambiar lo que hace mucho debió ser cambiado. Aunque el Partido Comunista siga en el poder, ya vivimos en una Cuba post-revolucionaria. Administrar los cambios que tengan lugar para mitigar daños y recuperar algo de credibilidad requeriría un Partido radicalmente distinto al que vimos en este Pleno.

Y eso es una tragedia. Mucha gente derramó su sangre, y muchos otros sacrifican aún hoy sus vidas, por un sueño revolucionario que se malgasta en manos de un aparato que ya no está a la altura. La historia nos recuerda lo que ocurrió en la Unión Soviética. Allí no fue el pueblo quien falló, sino sus líderes. Los pueblos, cuando tienen voz, suelen tener razón.

Si el Partido no cambia, la historia no lo absolverá. Simplemente dejará de juzgarlo. Porque ya no importará. Ni como poder, ni como símbolo.

Harold Cardenas Lema

Fundador de La Joven Cuba, Master en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia, Pasante en Council on Foreign Relations de Nueva York. Cubano

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