El 2025 ha sido un año de despedidas difíciles para el arte cubano. Se marcharon creadoras y creadores que, desde la actuación, la música, el humor y la canción de autor, tejieron la banda sonora y visual de nuestra memoria colectiva. A través de escenarios humildes y salas emblemáticas, de grabaciones caseras y conciertos multitudinarios, cada uno dejó una huella que hoy se vuelve guía: un mapa emocional de lo que somos. Este homenaje celebra su obra y su legado, recordando que la cultura es un hilo que no se rompe, aun cuando quienes la sostuvieron ya no estén.
Actuación: luces que no se apagan
Luis Alberto Ramírez (actor)
Ramírez encarnó el oficio con una mezcla de disciplina y ternura. En el set, cuentan colegas, era el primero en llegar y el último en abandonar la escena. Sus personajes, marcados por el silencio tanto como por la palabra, mostraban una Cuba íntima: la del vecino que escucha, del padre que duda, del amigo que acompaña. Muchos jóvenes recuerdan su generosidad en talleres y ensayos abiertos, donde insistía en que “la verdad de un personaje está en aprender a escuchar”. Su legado vive en esos intérpretes que hoy privilegian la escucha y la honestidad sobre el espectáculo vacío.
Mario Limonta (actor)
Figura entrañable del teatro y la televisión, Limonta se ganó el cariño del público con personajes que parecían parte de la familia. Su presencia tenía ese poder raro de la cotidianidad bien contada: hacía grande lo pequeño, y cercano lo complejo. En giras por provincias, su saludo sencillo, su atención al detalle, su respeto por técnicos y tramoyas, se volvieron escuela de humildad. Más que un repertorio, deja una ética: el arte como servicio.
Carlos Quintaz (actor)
Quintaz aportó temple y elegancia. Su fraseo medido y su manejo del silencio construían atmósferas densas sin necesidad de alzar la voz. Fue referente en producciones donde la dramaturgia exigía precisión y sutileza, y muchos directores lo buscaban por su intuición para el ritmo escénico. Quienes trabajaron con él destacan su obsesión por la preparación: leer, investigar, preguntar; convertir cada papel en un acto de estudio amoroso.
Lázaro Guillermo Gómez (actor)
Gómez representó la pasión por la escena como oficio colectivo. Dirigió grupos, impulsó funciones en espacios alternativos y se volvió un puente entre generaciones. En ensayos abiertos animaba a “arriesgar y fallar”, convencido de que la duda es motor del teatro vivo. Por eso se le recuerda tanto en el escenario como en la platea, alentando, aplaudiendo, acompañando procesos.
Protagonistas que abrieron camino
Miriam Learra (actriz)
Learra encarnó mujeres complejas con una fuerza que desarmaba tópicos. No temía a la vulnerabilidad ni al carácter; sabía transitar del drama íntimo a la ironía fina. Su trabajo con directoras y colectivos emergentes ayudó a visibilizar nuevas voces. Deja escenas inolvidables y la certeza de que la profundidad no depende del tamaño del papel, sino de la verdad con que se habita.
Ariz Teresa Bruso (actriz)
Bruso fue puro impulso creador. Dueña de una energía que contagiaba, se movía entre el teatro de sala y proyectos independientes, siempre buscando preguntas nuevas. En su trayectoria hay papeles que dialogan con la memoria y con el presente, con la tradición y con lo experimental. Su legado es también metodológico: la actriz que investiga, que aprende de otras artes, que convierte el cuerpo en archivo vivo.
Humor: la lucidez que nos junta
José Téllez (humorista)
Téllez entendía el humor como una forma de pensar en común. Sus rutinas unían risa y crítica, ternura y filo. Tenía el talento de hablar desde la vida diaria y, al mismo tiempo, tocar temas mayores con respeto y agudeza. En presentaciones por barrios y plazas, su complicidad con el público era un pacto: reír para comprendernos, para cuidarnos. Su ausencia se siente en ese espacio donde el chiste no humilla, sino que alumbra.
Música: el pulso de una isla
Pablo FJ (músico)
Pablo FJ fue puente entre generaciones musicales. Mezcló raíces populares con arreglos contemporáneos, y su estudio fue laboratorio abierto para instrumentistas jóvenes. Entre ensayos compartidos y maquetas circuladas, se hizo maestro sin pretenderlo. Deja melodías que se vuelven paisaje y la certeza de que la tradición puede dialogar con lo nuevo sin perder dignidad.
Enrique Álvarez (músico)
Álvarez dominaba el lenguaje del ritmo con naturalidad. En su trabajo, la sección rítmica era columna vertebral y fiesta. Su dirección de ensambles mostró que la música cubana es conversación: tumbadora con bajo, vientos con coros, montuno con silencio. Su sello está en esa alegría calibrada que hace bailar y escuchar a la vez.
Voces que cantan lo que somos
Tomasita Quiala (cantante)
Quiala poseía un timbre cálido y una dicción cuidada que volvía cada interpretación un relato. En conciertos íntimos, la cercanía con el público era decisiva: saludaba, preguntaba, recogía historias que luego transformaba en canción. Su repertorio se convirtió en refugio para quien necesitaba una pausa, un abrazo.
Edesio Alejandro (cantautor)
Compositor de imaginación inquieta, Alejandro escribió canciones que miran la ciudad y el alma con igual curiosidad. Sus letras, cargadas de imágenes, son pequeñas crónicas afectivas. En colaboraciones con cine y teatro, demostró que la canción puede narrar más allá del disco, convertirse en atmósfera, en personaje, en memoria compartida.
Eduardo Sosa (cantautor)
Sosa apostó por la palabra precisa y la melodía que la acompaña sin distraerla. La suya es una poética de lo cotidiano que se abre a preguntas mayores: la amistad, el tiempo, la pertenencia. En peñas y festivales, sostuvo espacios de encuentro donde la canción es diálogo y comunidad. Su influencia se nota en la nueva hornada de cantautores que privilegia contenido y escucha.
Legados que continúan
Lo que estos artistas nos dejan es más que un inventario de obras: es una manera de estar en comunidad. En cada función solidaria, en cada ensayo compartido, en cada canción ofrecida a quien la necesitaba, se fue tejiendo una ética de la cultura como bien común. El país que ellos ayudaron a imaginar no se mide solo en aplausos, sino en la forma en que nos cuidamos con arte: cuando la risa nos baja la guardia, cuando una escena nos devuelve preguntas, cuando una melodía nos acompaña sin hacernos sentir solos.
La despedida no es cierre, sino continuidad. Los escenarios esperan nuevas voces; los atriles, nuevas manos; los micrófonos, nuevas historias. Honrar su memoria es sostener espacios de creación, apoyar a las y los jóvenes, y defender el tiempo para la cultura en las escuelas, en los barrios, en la vida diaria. Que este año de pérdidas nos convierta en guardianes del legado y sembradores de futuro.











